Hace unos meses leí un artículo en Linkedin titulado "La publicidad en épocas de feminismo". En este, el autor relata, como muestra de solidaridad (¿para quién? Pista: No es para las mujeres), lo exagerado que se ha vuelto este feminismo y el trato de mujeres hacia hombres, particularmente detonado por un evento en el que una silla fue ofrecida a una compañera y esto fue recibido como un acto de machismo en una agencia de publicidad.
Más que controversia u ofensiva en contra del autor, es importante dejar algo muy claro: estamos hablando de derechos humanos. El feminismo no es de opiniones. Si siguiéramos tratando a los derechos humanos como simples opiniones que cada quien puede tener, no se habría creado la ONU después de La Segunda Guerra Mundial para intervenir los criterios persuasivos y discriminatorios en contra de credos, mujeres, grupos o minorías.
Así que esperé encontrar respuesta alguna que pusiera su grano de sentido en pleno movimiento global de Me Too, pero no apareció nada. Después de vivir activamente en la meca de este movimiento, esta frase del Dr. Martin Luther King resuena más que nunca: “Nuestras vidas comienzan a terminar el día en que nos volvemos silenciosos sobre las cosas que importan”.
Y, este tema, sí que me importa:
Me tomó un buen tiempo comprender que las mismas personas que dicen “deja el show”, “estás muy enojada”, son las mismas personas que nunca preguntan, “¿por qué?”. Son las mismas personas que están interesadas en el silencio, no en el diálogo.
Mujeres alrededor del mundo claramente estamos enojadas y actuando bajo esa emoción. Es imposible no verlo, no leerlo, no sentirlo. Mi experiencia de acoso sexual en Leo Burnett se hizo pública antes de #MeToo, así que no tuve ningún #YoTambién con su historia al lado mío, pero oh-por-Dios sí que las hubo en lo privado, y como siempre, nunca es un caso aislado. Romper mi silencio fue aún peor que haber vivido la misma experiencia, especialmente por las decenas de historias que escuché. La frustración e ira me habitaban por completo.
Cuando #MeToo se convirtió en un movimiento global en octubre del 2017, yo pude respirar tranquila de nuevo. Vi a estas mismas mujeres compartiendo sus historias poco a poco, a su ritmo, y las amé por eso. ¡No hay acto más liberador que contar su verdad! Sin embargo, años después, y con la tercera ola feminista rampante, encuentro artículos de “humilde opinión” como este en los que abandera la discriminación de un cierto tipo de mujer que discierne, tras la excusa de ser “una paranoia que puede resultar bastante peligrosa en momentos en los que no hay lugar para más divisiones”. ¡Qué peligro!
¿Acaso no ha quedado claro que la gran mayoría de las mujeres hemos vivido abuso/acoso/discriminación sexual al menos una vez en nuestras vidas? ¿Qué Bogotá es la ciudad #1 del Mundo entero -encima de ciudades menos desarrolladas de África y Asia- en la que mujeres y niñas viven en impunidad el acoso sexual y la discriminación?* ¿Cómo es posible que todos conozcan a una mujer que ha sido acosada, pero a ningún acosador? Sobre todo, ¿saben que esto no pasa solo en las noticias y en otros países, no cierto?
No se trata únicamente del acoso, sino de las repercusiones que las mujeres sufrimos por romper nuestro silencio, en cualquier magnitud. Para él, fue algo que no era para tanto: una o varias mujeres (no queda claro) rechazaron enfáticamente el ofrecimiento de una silla en una reunión. Ya muchos sabemos que jamás se trata de lo que una mujer esté diciendo, sino del hecho de que esté diciendo algo. Esto a su vez crea una reacción en los moderados que, como el autor, son solo adeptos de calificar a las mujeres de aliadas solo cuando nos quedamos calladas. Es más fácil criticar a estas mujeres enojadas que hacer preguntas tan básicas como “¿qué te está causando esta rabia?” y “¿qué podemos hacer al respecto?”, porque las respuestas tienen implicaciones disruptivas y revolucionarias que ellos mismos no saben cómo manejar. En medio de los privilegios de promover este rechazo, se pierde la objetividad y humanidad que tanto celebra este autor sobre sí mismo. Cayó por su mismo peso.
Después de explicar cómo admira a mujeres en cargos importantes de la publicidad colombiana, termina concluyendo que el feminismo exacerbado nos está llevando a ser el tipo de jefas que despreciábamos y que es hora de bajar la guardia. Pero, especialmente, que él está de nuestro lado y, cito, “soy de los que cree que, en los próximos cuarenta años, las mujeres son las llamadas a liderar la transformación de un negocio que los hombres casi logramos extinguir.” ¿Decepcionada de escuchar que unos cuantos hombres son aliados, pero con excepciones tan costosas como el silencio? Sí. ¿Sorprendida? No.
Este banquete a la autocensura femenina no va a hacer que los atropellos cesen; ni porque diga “yo no lo vi, no pasa”, va a cambiar el hecho de que el 90% de las mujeres en Bogotá estamos viviendo discriminación y/o acoso. “Yo no he visto discriminación contra las mujeres, entonces no existe” es tan absurdo como decir que el secuestro en Colombia no existe, porque usted no ha sido secuestrado.
Lo único que esto logra, es intimidar a las mujeres con un chantaje de simpatía para que sigan sufriendo en silencio. Dos mujeres se están quitando la vida cada la semana en Bogotá. Hubo un crecimiento del 22% más que un año atrás. Es un fenómeno crece más que el homicidio y, a esta escala, no me quiero imaginar los resultados del siguiente año si no se hace nada al respecto. ¿Qué habría pasado si alguien les hubiera preguntado, qué puedo hacer al respecto? La mayoría de esas mujeres habrían dicho, no sé, y esto es lo más triste. Yo tampoco sé y eso que lo sobrevivo cada día. No hablamos lo suficiente del daño que le hace a una persona hablar de discriminación en el trabajo para entender lo que podemos hacer. Se sigue promoviendo "la ropa sucia se lava en casa" y no tenemos la remota idea de cómo garantizarle la tranquilidad y la seguridad a cualquier mujer que desee expresar su incomodidad.
Por otro lado, si usted está de acuerdo con ese artículo, le hago una amable invitación: medíquese. Vaya a terapia. Lea a feministas, hombres y mujeres feministas, y escuche de verdad. Lo que sea que tenga que hacer para procesar lo que llevamos diciendo por años, pero hágalo. Al menos, medíquese si no sabe cómo reaccionar ante el rechazo de una silla y un frágil ego colapsando por la reacción de una mujer que tiene una experiencia diferente a la suya. Las mujeres estamos caminando con esta mierda en el corazón y todavía hay personas que piensan que poner límites y denunciar tratos no bienvenidos en el ambiente laboral, es un motivo de “opiniones solidarias”, censura y crítica.
El ascenso de las mujeres no significa la caída de los hombres, pero entiendo que buscar equidad y justicia para las mujeres se siente como una pérdida para los hombres. La solución no es pedirles a las mujeres, publicistas o lo que ejerzan, que le bajen a su feminismo. No es tan simple, mucho menos en un país tan machista como Colombia. Empiece por preguntar, ¿por qué? Y tal vez, más importante que eso, ¿por qué me molesta tanto?
Entiendo que es difícil ponerse la lupa en sí mismo para encontrar las maneras en las que uno perpetua el problema, pero no es imposible. La mayoría de la industria publicitaria colombiana premia a los que celebran la forma de pensar del autor. Pero el mundo está cambiando, se está volviendo más feminista y gay, y si no se montan en ese bus, se quedaron. Yo sé que la responsabilidad se siente como un ataque cuando no se está listo para reconocer cómo nuestro comportamiento afecta a otros. Si es incómodo para ustedes escuchar tantas de estas historias, imagínense cómo debe ser vivirlas.
Y, mujeres, todos tenemos derecho a sentir rabia, a poner límites, a ser escuchados. Pero no hay ninguna excusa para ser violento, ni en lo físico, ni en la palabra. No, es una frase completa. Úsenla. Hagan preguntas y no dejen de preguntar, porque lo único que le puede seguir a “no soy machista, pero…” es “…sí vivo en un sistema de sexismo institucionalizado del cual me beneficio activamente”, como destila el autor de este desafortunado artículo. Exijan sus derechos, que ¿son institucionalmente paupérrimos? Sí, pero los hay, y cada vez somos más las personas que trabajamos por cambiar las políticas públicas de género en el país.
La Ley 1010 del 2006 tipifica el acoso laboral como un crimen castigable hasta con dos años de cárcel. Defenderse y decir sus verdades, no lo son. Si no hay soluciones en Recursos Humanos, pasen renuncias motivadas por correo certificado para que les paguen subsidio, con copia al Ministerio de Trabajo. Si no denunciamos, seguimos en la ciudad más peligrosa para todas nosotras, ese 50% de la ciudadanía bogotana, ¡esos 5 millones de personas! Resistan, sigan hablando hasta que las escuchen, que no están solas. Yo las veo. Yo las escucho. Yo les creo.
Así que cada vez que un hombre les diga que se dejen de quejar con el feminismo, díganle “pero, primero usted”.
Ilustración de encabezado por Franziska Barczyk, "Women Speak Out". 2018